sábado, 28 de noviembre de 2020

Yo nunca quise ser Maradona

"Qué importa lo que hizo con su vida. 
Lo que importa es lo que hizo con las nuestras".

(Roberto Fontanarrosa)



Recuerdo cuando estuve en Nápoles que lo primero que hice allí fue salir una mañana en busca de Maradona. Pateé temprano por las calles del Barrio Español. Los gatos, la basura, la ropa tendida y los primeros napolitanos que salían de sus portales a echar el café matutino fueron actores y escenario. Maradona, como aquel, omnipresente, estaba en todas las esquinas. Jugando a pelota tras un coche mal aparcado. Dando cabezazos al balón, al lado y encima de las ventanas enrejadas de los bajos. También cual gigante vestido de azul celeste, tan grande como una fachada. Pero todo era recuerdo, pinturas, grafitis o papel tintado. Y aunque yo nunca quise ser Maradona, allí estaba, poniéndome en la piel de un napolitano. Envidiándolo e intentando comprender que ocurrió en aquel lugar hacía entonces algo más de treinta años.


 Maradona el día de su presentación en Nápoles.


Se cuenta que entró en un Fiat, seguido, acompañado, vitoreado, por miles de personas. Os hablo de cuando las elásticas quedaban estrechas y los pantalones cortos ajustados. De cuando el fútbol entraba en todas las casas sin previo pago. De cuando los cromos eran de cartón y precisaban pegamento. De cuando los defensas partían tobillos y de cuando los delanteros hacían trampas. De cuando Maradona calentaba a ritmo de Opus con sus Puma desatadas. Se cuenta que entró en un Fiat, os decía, y que salió en un Ferrari, aunque solo y derrotado. Maradona se pasó de frenada. Soñó con ser futbolista. Conseguido. Soñó con defender a su país, Argentina. Conseguido. Soñó con ser campeón del Mundo. Conseguido. Pero ser Dios no lo soñaba, de ahí que le viniera de improviso. Yo nunca quise ser Maradona. Ni pedía ser él en el patio del recreo. Llevar el diez a la espalda eran palabras mayores.

Maradona fue Jekyll. Marcando un gol por la escuadra al cancerbero de la Juve. Sacando la mano en el área y regateando a media Inglaterra para endosarle dos chicharros. Levantando copas, mundiales y scudettos. Inteligente, bromista, bailarín... Mujeriego, fiestero, infiel, drogadicto y mentiroso. Porque todo Jekyll tiene su Hyde, y esta es la cara mala del mito. Yo no busqué a este Maradona, yo busqué a Diego, el que dicen que es el bueno. Y estaba allí, vaya si lo estaba. En cada pared, en cada rincón, en cada una de aquellas personas que, como yo, quisieran recoger de lo bueno para hacerlo suyo. Este miércoles murió Diego, y con él también algo de Maradona. Al que nunca quise parecerme, pero que aquel día y alguno más, quise seguir sus pasos.