martes, 4 de septiembre de 2018

Agosto

"El 26 de agosto de 1978 nuestro país fue noticia: Sigmund Jähn, ciudadano de la RDA, era el primer alemán en el espacio. Aquel día todo empezó a ir mal en nuestra familia".

(Good bye, Lenin!)



Amo el mes de agosto.

Permitidme que escriba sobre él aun estando ya a principios de septiembre. Porque lo amo con locura, a este mes de agosto ya pasado y a los otros treinta y nueve que vi terminar antes que él. Aunque de los cinco o seis primeros casi ni me acuerde. Nací un 26 de agosto, quizá esto sea un valor añadido, pero no sólo por ello amo este mes. Lo amo por muchas más cosas. Agosto es duelo y es bienvenida, una de ellas de manera irremediable. Las primeras brazadas con manguitos en la piscina de mi tío, aunque también las dos horas de digestión por fuerza mayor. Es la siesta de los mayores y las últimas páginas de mi cuaderno Santillana. Fue también mi primer intento de beso, pero no el último, espero. Es el tiempo de descuento y los días largos de patadas al balón y rodillas sucias. Un helado de hielo de veinticinco pesetas y otro de chocolate de cuarenta y cinco. Agosto es, fue y será todo esto. Y los años no hacen más que ensalzar su aroma a limón en mi memoria como un frasco de perfume destapado.

Un agosto en Campelles, mi enano de jardín y yo

La cita con la que doy inicio a este texto no es más que otra casualidad en la fecha, como la música que la acompaña (la maravillosa "Summer 78" del gran Yann Tiersen), como el nacimiento de Cortázar o el cuadragésimo segundo cumpleaños de mi vecino del entresuelo. Todo va unido por la magia de este mes de seis letras llamado agosto. Agosto es estar impaciente por preparar las vacaciones, pero también nervios de impotencia por tener que trabajarlo. Celebrar los aniversarios en familia y, en ocasiones, hacerlo solo. Es enano de jardín y abeto. Contradicción y sintonía. Verdad y mentira. Sombrilla y paraguas. Sol y nube. Blanco y negro. Es quizá el mes que más rápido pasa aun teniendo treinta y un días. Y ya en los minutos de añadido he querido escribir sobre él, porque lo amo y porque me sentía en deuda. Por lo mucho que me ha dado y por el otro tanto que me ha quitado. Un resumen de la vida en cinco semanas. Con su principio y, sin la más mínima tregua, su final. La agonía de la lluvia empezando a encharcar las aceras, la preocupación de los árboles viendo perder sus primeras hojas o la nostalgia del invierno decorando de lucecitas los balcones. Nada de ello hará, que para mí, sin querer faltar a otros meses, todos los días siga siendo agosto.



2 comentarios:

  1. Siendo vecinos de cumpleaños, tú a finales de agosto y yo abriendo septiembre, no podemos estar más lejos en las casillas del calendario. Juegas con ventaja, primo, defiendes el mes con más buena prensa, el que atesora los buenos presagios, el de las grandes esperanzas, el Nunca Jamás de la infancia…blablablá. Pero el recuerdo tiene esquinas romas, esa es su trampa. Y cuando hablamos de memoria, forzamos lo fútil hasta hacerlo relevante: un beso de verano en la feria del pueblo; las tardes en bicicleta, alejándonos hasta que oscurece; el baño en un rio a espaldas de un cartel que alerta: ¡peligro, remolinos!; un cubata, un cigarrillo, las primeras transgresiones. ¿Dónde quedó todo eso? En realidad, nunca pasó como nos lo explicamos porque a los recuerdos le va más inventar que dar fe. La ecuación para pillarnos desprevenidos es sencilla, a más épica para los veranos pasados, más sensación de pérdida en los veranos presentes. Luego te haces mayor y empeñas tu catálogo de maravillas por contratiempos más vulgares: Que si alergias, que si prisas, que si playas llenas o cenas pesadas. Y el bochorno o los jodidos mosquitos. Mal negocio. Ya solo aspiras a treinta y un días donde la pereza es lo más destacable, y donde la gente, en medio del sopor de sobremesas larguísimas, cree que la felicidad es esto: perder el tiempo y enseñar cómo se pierde a grito de hashtag (#summervives, #terraceo, #playita…) Te pones el listón tan alto en Instagram que no te atreves a mirar más allá del marco de la foto, no sea que se te caiga el decorado. Siguiendo con el símil, agosto es como Valencia o Juno, un filtro que oculta una doble condena: que somos más felices para los otros que para nosotros mismos; Que ya nunca seremos tan felices como lo creímos ser.

    Agosto, primo, siempre promete, pero no cumple.

    Septiembre, en cambio, es como un doctor de la S.S. No se anda con rodeos cuando te anuncia: estas jodido. Cero eufemismos, lo suyo es un baño de realidad: pon la espalda recta, aféitate, ponte una camisa planchada, levántate temprano, ¿cuándo piensas volver al gimnasio?, deja de fumar, deja la sal, deja el café… ¿Antipático? Reservado. Septiembre nunca te regala los oídos, no es exhibicionista y los sueños de una noche de verano se lo deja a Shakespeare. Su encanto es más sutil, emparentado con su primo octubre, habitantes del otoño: “El país donde las colinas son niebla y los ríos neblina; donde el mediodía pasa rápidamente, donde se demoran la oscuridad y el crepúsculo, y la medianoche no se mueve. El país que es principalmente sótanos, subsótanos, carboneras, armarios, altillos y despensas alejadas del sol. El país que habitan gentes de otoño, que sólo tienen pensamientos otoñales. Gentes que pasan por las aceras desiertas con un sonido de lluvia...” Palabra de Ray Bradbury.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Estaba pensando justo en lo mismo, primo. Jaja! Qué grande eres.
      Un abrazo!

      Eliminar