domingo, 22 de abril de 2018

Golpe de martillo

"Perdí la dignidad y el sentido del honor y no lo siento.
Dirán que deserté y que no tuve el valor... quizá sea cierto.
Cómo podría explicar sin ver salir el sol, qué denso sale.
Qué destrozares, qué destrozares, qué destrozares..."

(Robe Iniesta, Destrozares)


Algo me decía que Rubén era un tío valiente, un tío grande. Pero hasta el momento era pura intuición, y tenía que conocerlo en persona para descubrir que no eran solo suspicacias mías. Me recibió en un escenario del Aquitània Teatre, enfundado en un mono de carpintero, junto a una caja de herramientas y despistando mi atención manipulando un serrucho. En poco menos de cinco minutos, sin alardes ni filigranas, ya me tenía metido en su bolsillo, mezclado entre los tacos del cinco y los tornillos de rosca chapa.


He ido infinidad de veces al teatro, es algo que me apasiona y, creedme, éste "El niño de la tele" de Pentateatre y Flyhard Produccions es el espectáculo con más verdad que he podido ver en mi vida. Porque en hora y media recoge todas las emociones que pueda sentir el ser humano. Ríes a carcajadas, te entristeces, piensas "qué animal, pero cuanta razón" y acto seguido piensas "pobrecito, que penita", escuchas, reflexionas, te pones en su piel, lo conoces, le coges cariño, te lo llevarías a casa, y te acomodas en la butaca para volver a vestirte con tu propia piel. Todo esto en un toma y daca de sensaciones, confesiones, autenticidad y sinceridad absoluta, difíciles de presenciar sobre un escenario.

"El niño de la tele", que como subtitula el programa de la obra "iba a comerse el mundo, y se comió una mierda" sabe reírse de sí mismo y hacer de su infelicidad, de su frustración, de sus trabas para continuar con aquel sueño que tuvo a tocar de pequeño, otra montaña a escalar en el camino. Rubén Ramírez fue un niño muy popular en la televisión de los noventa, un niño imitador, el primer niño imitador (mirad más abajo el trailer de la obra y lo reconoceréis). Se codeó en los platós con las grandes estrellas televisivas del momento: Chiquito de la Calzada, Bertín Osborne, Luis del Olmo, Nieves Herrero o Carmen Sevilla. Rubén, de la mano de su padre (carpintero y mánager), estuvo en lo más alto hasta que le dejaron. Llegó un momento en el que para alguien había dejado de hacer gracia y como él mismo nos cuenta sobre la tarima "el mundo del espectáculo no tiene piedad con un niño de 12 años". 

Rubén es valiente y es grande (aunque mida 1,70), pude comprobarlo. Un imitador tremendo, que me hizo llorar, de emoción por lo que fue y de risa por lo que es y será siempre. Porque "el niño de la tele" ha crecido, y pasa ya de los treinta, pero mantiene ese don innato que es el de hacer reír a los que se dejan. Dejaos tocar por sus personajes, haceos ese favor. En cuanto os toquen Pedrerol, Nadal, Los Borbones, Messi, Ronaldo, Punset... y compañía, desearéis que se haga justicia. Porque esta obra no es más que un principio, un manotazo sobre la mesa, un fuerte golpe de martillo para decir que sigue aquí y viene a alegrarnos la vida. Yo estoy seguro que se hará justicia, y que la tostada volverá a caer boca arriba. Vaya si lo hará. 





lunes, 9 de abril de 2018

La vida es solo una...


"La vida es solo una...". Así empieza la frase que reza una de las paredes de fondo del pabellón donde entrenan y juegan 'Los Amigos', un equipo de baloncesto de lo más variopinto formado por diez jugadores con discapacidad intelectual. No pienso hacer una crítica de esta película "Campeones". En primer lugar porque no soy crítico de cine y no quiero meterme en berenjenales de manera innecesaria. Y en segundo lugar porque me gusta todo lo que toca la varita campechano-surrealista de Javier Fesser y sería incapaz de hacer la más mínima valoración negativa de su obra. Es por ello que os hablaré de algo más sencillo, de pequeños detalles que he ido viendo mientras los protagonistas intentaban hacer la de Michael Jordan (de una manera más entrañable, todo sea dicho, aunque con algo menos de puntería).

Después de leer la frase, me ha picado la curiosidad y me he dedicado a buscar más mensajes embotellados en aquellas paredes de polideportivo desconchadas. A flote, han aparecido ante mí seis ideas muy directas, pintadas en blanco y con brocha gorda, en los muros laterales de la cancha de baloncesto: Alegría, Sonrisa, Ilusión, Lucha, Esfuerzo y Amistad. Seis palabras muy potentes que si las juntas forman una clara idea de lo que te vas a llevar al acabar de ver esta cinta y que aparecen de forma implícita en esta conversación entre Marco (Javier Gutiérrez) y Julio (Juan Margallo): 

-¿Cómo quieres que les enseñe a meter una canasta si no saben ni correr?
-Pues empieza por ahí...

Una película de humor que toca un tema, el de la discapacidad intelectual, que a base de trabajo cada vez está más normalizado e integrado. Falta mucho camino por recorrer todavía (sobre todo por parte de los que nos gobiernan), para interiorizar y entender que todos tenemos la misma cabida en este mundo, unos con unas aptitudes, otros con otras y todos distintos, pero nadie mejor que nadie. Solo hay que saber buscar en la persona para conocer sus cualidades y centrarnos en lo que sí somos capaces de hacer. Para ello hay que eliminar los prejuicios de nuestras cabezas y dejar de mirar nuestro ombligo. Historias como ésta de Javier Fesser y David Marqués son otro paso más para coger las tijeras y seguir recortando etiquetas.

Para terminar dejadme que os deje un nombre que quiero destacar de entre todo el inolvidable elenco. Podría decir el del propio Javier Gutiérrez, pero lo conocéis ya de sobra. O el de cualquier miembro del Universo Pendelton que forma parte del cinco inicial de este particular Dream Team, e incluso de los que chupan banquillo. Pero tan solo os diré uno: Jesús Vidal, este es el nombre que os regalo. Ved la película, conoced a Marín y sus manías de hipocondríaco, querréis llevároslo a casa. Y si os habéis quedado con ganas de saber cómo sigue la frase que da título a esta entrada, aquí va mi asistencia y espero que la guardéis en vuestra cabeza como ese tiro suspensivo de tres puntos que va flotando camino del aro: "La vida es solo una... vive hoy".