martes, 13 de noviembre de 2018

Todo lo que sé sobre Stan Lee

"A todos nos gustaría tener superpoderes, 
ya que a todos nos gustaría más de lo que podemos hacer".

(Stan Lee)



Ayer se nos fue Stan Lee. En un principio no sentí una gran pena, debo confesarlo. América me parece muy lejana en cuanto a sentimientos. Pero con las horas, he ido viendo imágenes de los superhéroes creados por el ilustrador y he pensado: "¡Excelsior! Este hombre de elegante bigote, sonrisa constante y gafas de pasta, marcó mi infancia y parte de mi adolescencia con el poder de sus lápices. 

Entonces me he visto en la habitación que tenía de niño, bajo la bombilla incandescente de una lamparita de flexo, dibujando a Spiderman o dando color con mis rotuladores Carioca a un boceto de Iron Man. Porque, ¿sabéis?, yo quería ser dibujante, cuando tenía uso de razón (ahora ya no lo tengo, lo perdí al madurar). Jamás fui capaz de leer entero un cómic, los compraba y en cuanto llevaba hojeadas tres páginas ya estaba absorto mirando algún detalle de aquellos musculados personajes que había creado Stan Lee. Me gustaban sus zapatos, inexistentes y en forma de media a veces. 




Sé muy poco de Stan Lee, pero lo suficiente como para reconocer que ha sido importante en mi vida. Yo, como muchos de vosotros también quise ser un superhéroe. Y no hablo ahora de cuando era pequeño ni adolescente, hablo de ayer mismo (con mis cuarenta años). Ser un superhéroe está al alcance de muy pocos, y yo todavía ansío serlo. "Un gran poder conlleva una gran responsabilidad", quizá sea por ello que me resisto a serlo. Con el tiempo dejé mis lápices y mis colores, hasta hoy, que prefiero colorear con mis letras, y mi mayor heroicidad es haceros pasar un buen rato. 

Ha fallecido, el padre de muchos sueños e ilusiones (palabras que siempre deberían ir escritas en fosforito y con mayúsculas). De personajes de carne y hueso, todos con sus puntos débiles, con máscaras, armas o capas, capaces de salvar al mundo. Se nos fue otra parte de nuestras vidas, de nuestra infancia y de nuestros recuerdos. Colgó su traje de hombre araña que hace ya tiempo dejó de ser sólo suyo. Se nos fue Stan Lee, del cual sé verdaderamente poco, muy poco o casi nada.

miércoles, 12 de septiembre de 2018

Seis días sin reír...

"Un día sin reír es un día perdido".

(Charles Chaplin)




Hasta hace muy poquito creía que la risa de un niño era una de esas cosas de la vida que no tienen precio. Y aunque la frase es buena, resultona y dicha en según qué circunstancias suene la mar de bien, caí en la cuenta de que no siempre es cierto y que a veces soltar esa carcajada puede costar dinero.


Página web de Pallapupas y mi nariz de payaso.


La pasada semana tuve una conversación telefónica con Albert, miembro de Pallapupas, asociación que, con su nariz roja, llena de buen rollo y optimismo las habitaciones de los hospitales infantiles de Barcelona. Fueron, las de este payaso de hospital, palabras profundas, sinceras y en alguna ocasión con un atisbo de voz quebrada al otro lado del teléfono, que consiguió emocionarme. Albert me explicó en qué consiste Pallapupas y su labor dentro de los centros hospitalarios junto a los más pequeños, a nuestros mayores y a personas con enfermedades mentales (os invito a visitar su web para saber más sobre ellos): "Los payasos de Pallapupas no somos voluntarios. Todos los miembros de la organización tenemos formación sanitaria. Tratamos un tema muy delicado como es la enfermedad de un niño. Estamos con ellos en momentos difíciles, junto a sus familiares, e incluso los acompañamos al quirófano para evitar que el pequeño sufra la frialdad que de por sí conllevan las salas de operación. Un gesto a destiempo o una palabra desafortunada en un momento puntual podría crear un efecto adverso para los familiares o para el niño. Necesitamos estar formados, no podemos arriesgarnos a que esto suceda. Debemos ser profesionales, sin dejar de lado nuestro cometido: que es hacerles reír".


A día de hoy los Pallapupas pueden trabajar los siete días de la semana cuidando e ilusionando a muchos niños y niñas del Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona, cosa que está muy bien. Pero por falta de recursos económicos, la Doctora Apiretal, Súper Apósito, el Doctor Gota-Gota y el resto del equipo de actores, tan solo pueden asistir un día a la semana a otros centros hospitalarios de la ciudad. Eso es muy poco tiempo. En estos centros, quedan seis largos días en los que los payasos de hospital no pueden estar presentes y por lo tanto, seis días en los que no pueden hacer reír a ningún pequeño: "Queremos estar en más centros y poder hacer reír a más niños, no solo de este hospital. Y para ello necesitamos más colaboración, más personas que periódica o puntualmente formen parte de Pallapupas con sus aportaciones". 

Para formar parte no es indispensable que hagáis un gran donativo, hay muchas maneras de ser partícipe y toda ayuda, por pequeña que sea, será muy grande. Podéis comprar productos en su tienda solidaria, como libretas, pulseras o camisetas. Podéis hacer un donativo, de 27 euros por ejemplo, y hacer que gracias a vuestra colaboración un niño o niña pueda ir acompañado por uno de sus particulares doctores al quirófano. O podéis, y esta sería una de las mayores alegrías para Pallapupas, haceros padrinos por solo 10 euros al mes.

En la medida de vuestras posibilidades, colaborad. Estaréis haciendo algo muy bonito y gratificante. Yo ya lo hice, y espero que me expliquéis (aquí o en redes) las sensaciones de saber que con vuestra aportación lo acabáis de hacer realidad y habéis conseguido que, al menos un día con su correspondiente risa, no lo hayamos dado por perdido.

Web: http://pallapupas.org/es/organizacion/
Correo: hola@pallapupas.org
Telf: 93 345 59 13

martes, 4 de septiembre de 2018

Agosto

"El 26 de agosto de 1978 nuestro país fue noticia: Sigmund Jähn, ciudadano de la RDA, era el primer alemán en el espacio. Aquel día todo empezó a ir mal en nuestra familia".

(Good bye, Lenin!)



Amo el mes de agosto.

Permitidme que escriba sobre él aun estando ya a principios de septiembre. Porque lo amo con locura, a este mes de agosto ya pasado y a los otros treinta y nueve que vi terminar antes que él. Aunque de los cinco o seis primeros casi ni me acuerde. Nací un 26 de agosto, quizá esto sea un valor añadido, pero no sólo por ello amo este mes. Lo amo por muchas más cosas. Agosto es duelo y es bienvenida, una de ellas de manera irremediable. Las primeras brazadas con manguitos en la piscina de mi tío, aunque también las dos horas de digestión por fuerza mayor. Es la siesta de los mayores y las últimas páginas de mi cuaderno Santillana. Fue también mi primer intento de beso, pero no el último, espero. Es el tiempo de descuento y los días largos de patadas al balón y rodillas sucias. Un helado de hielo de veinticinco pesetas y otro de chocolate de cuarenta y cinco. Agosto es, fue y será todo esto. Y los años no hacen más que ensalzar su aroma a limón en mi memoria como un frasco de perfume destapado.

Un agosto en Campelles, mi enano de jardín y yo

La cita con la que doy inicio a este texto no es más que otra casualidad en la fecha, como la música que la acompaña (la maravillosa "Summer 78" del gran Yann Tiersen), como el nacimiento de Cortázar o el cuadragésimo segundo cumpleaños de mi vecino del entresuelo. Todo va unido por la magia de este mes de seis letras llamado agosto. Agosto es estar impaciente por preparar las vacaciones, pero también nervios de impotencia por tener que trabajarlo. Celebrar los aniversarios en familia y, en ocasiones, hacerlo solo. Es enano de jardín y abeto. Contradicción y sintonía. Verdad y mentira. Sombrilla y paraguas. Sol y nube. Blanco y negro. Es quizá el mes que más rápido pasa aun teniendo treinta y un días. Y ya en los minutos de añadido he querido escribir sobre él, porque lo amo y porque me sentía en deuda. Por lo mucho que me ha dado y por el otro tanto que me ha quitado. Un resumen de la vida en cinco semanas. Con su principio y, sin la más mínima tregua, su final. La agonía de la lluvia empezando a encharcar las aceras, la preocupación de los árboles viendo perder sus primeras hojas o la nostalgia del invierno decorando de lucecitas los balcones. Nada de ello hará, que para mí, sin querer faltar a otros meses, todos los días siga siendo agosto.



martes, 17 de julio de 2018

La dedicatoria


"He nacido nueve meses después de la muerte de Gaudí".

(Josep Maria Subirachs)



No hubiera escrito esta entrada de no ser por que me llamó la atención aquella dedicatoria. Me refiero a la que en 1976 en la parte baja e izquierda de su "Autoretrato" escribió con la punta de un lápiz perfectamente afilada el escultor Josep Maria Subirachs. Sinceramente, no sé lo suficiente sobre el artista catalán como para escribir sobre él, pero conforme vayáis leyendo entenderéis que lo esté haciendo. 




Hace unas semanas, con motivo de "La nit del Museus" (noche en la que una gran parte de los museos de Barcelona permanecen abiertos hasta altas horas) me dio por visitar el "Espai Subirachs". Entré por un callejón del barrio de Poblenou, a escasos metros de la Sala Beckett, y pude ver, al fondo, el cartel de la exposición. Cuando crucé la puerta, una señora de pelo blanco, risueña y de sonrisa amable me dio la bienvenida y me regaló un folleto con información de éste y demás museos barceloneses participantes en el evento. Discreta, me invitó a pasar y recorrer el espacio a mi antojo. 

Topé de frente con un Moisés de metal, muy del estilo Subirachs (de hombros robustos, geométricos y de cintura fibrada), posaba sentado, plasmando sus mandamientos en una pesada tabla. El estilo de Subirachs es reconocible a leguas, posee un sello personal muy marcado, aun con influencias notables de nuestro ídolo común, Antoni Gaudí. La primera obra que descubrí del escultor catalán fue precisamente la Fachada de la Pasión, continuación de la obra más universal del propio Gaudí: La Sagrada Familia. Me fascinó aquel porte agresivo, lineal y austero de las figuras que creaba Subirachs. Aunque como suele ser habitual, algunos detractores de su obra salieron en su contra a gritarlo a los cuatro vientos. Tiempo después, con el artista ya fallecido (murió en el año 2014) tuve la oportunidad de visitar su último estudio dentro de la Basílica y descubrir algunos planos y moldes de escayola con los que se habían creado sus figuras. La imaginación vuela en lugares de este tipo. Sin ser un gran entendido en su materia, siempre, de alguna manera, me he ido cruzando en su camino.

Estuve poco más de media hora recorriendo sin ninguna prisa las paredes y columnas del museo de Poblenou. Conocí al pintor sensible que se escondía tras las armas del escultor, y que con suaves trazadas dibujó pechos, ombligos y vaginas, en una oda a la mujer y a su cuerpo, que sacaban a la luz la parte más íntima del artista. Pero, ¿qué hay más íntimo que una dedicatoria sentida?, pensé cuando minutos antes de salir, me detuve frente a un pequeño escaparate de cristal. Sencillos dibujos a lápiz se protegían de mis manos y mi aliento por un fino vidrio. En dos de ellos la misma dedicatoria, a la misma persona, a Judit. Seguida de su firma que rubricaba siempre uniendo las cuatro últimas letras por una línea horizontal. Envidié a Judit, sin conocerla. La imaginé como musa, cual Gala para Dalí, cual Leonor para Machado... y salí con esa idea del "Espacio Subirachs". Volvió a sonreírme la misma señora de pelo blanco y discreta que me había recibido a la entrada. Compartí algún cumplido con ella, le deseé suerte y me despedí.

Al llegar a casa, busqué algo más de información sobre el museo. Conocí que hacía muy poco que estaba abierto, apenas algo más de un año. Que contaba con un centenar de obras del escultor y que hoy era una realidad gracias al tesón, la inversión y las ganas de mostrar aquella porción del legado y la obra de Subirachs, por parte de la familia. Y, para mi sorpresa, en muchas de las noticias aparecía ella. El auténtico motivo de estas líneas. En varias entrevistas, de nuevo ella. La que dio un giro especial a mi visita. Aquella a la que instantes antes, cegado por la realidad, le había deseado buena suerte. Su joven musa del setenta y seis. Su inspiración de sonrisa amable. Su hija. Su vida. Judit.



jueves, 12 de julio de 2018

La máquina de fotos


"Esto no fue sólo una cuestión de azar, no. 
Estas cosas extrañas suceden, a todas horas".

(Magnolia, 1999)





Fotografía de Yuri Cortez realizada por Michael Regan.


La historia que hay detrás de esta imagen me hizo pensar en sus momentos anteriores, en lo poco previsibles que son algunas de las situaciones que nos depara el destino. Y con ello me vinieron a la mente los tres primeros minutos de "Magnolia", espectacular película protagonizada por Tom Cruise de finales de los noventa. En este inicio, el narrador pone en duda la existencia de las casualidades, dejando vía libre al diario que tiene ya escrito para nosotros el propio destino. En marzo de 1958, el joven Sidney Barringer salta al vacío desde la azotea de un bloque de nueve pisos, con una nota de suicidio en el bolsillo, nos cuenta. En plena caída y a la altura del sexto piso, una bala atraviesa la ventana y acto seguido el cuerpo del pobre Barringer, que fallece en el acto. El joven no hubiera muerto de no ser por el disparo, ya que una red colocada por obras en el edificio hubiera apaciguado el golpe. ¿Casualidades? Pues no lo sé. Ni nunca llegaré a saberlo.

A veces suceden cosas. Cosas que te hacen creer en lo increíble. Y al contrario que al desafortunado Sidney Barringer, en ocasiones, sólo en ocasiones, estas cosas son sensacionales. Por ello me fascinó la historia de Yuri Cortez, fotógrafo de la Agencia France Press y quise saber un poco más. Su cara (mirad la foto) lo dice todo. De lo inesperado del momento, de lo sorprendente y único que acababa de suceder. El jugador croata Mario Mandzukic, después de marcar el gol en la prórroga que metía a su equipo en la final del Mundial de Rusia, se acerca pletórico a escasos centímetros del fotógrafo mexicano. Segundos después, el equipo croata casi al completo se había abalanzado sobre Cortez. Yuri no soltó la cámara en ningún momento y, con una sonrisa de oreja a oreja, sacó una ráfaga de fotografías que ya han dado la vuelta al mundo para pasar así a la historia. 

Al revisar su perfil de Twitter me encontré con un dato curioso, y es que hace tan sólo cuatro días, entre geniales imágenes de futbolistas e hinchas de todas las nacionalidades, un par de buenas fotos de la rueda de prensa que precedía el Suecia vs Inglaterra de cuartos de final tenían la "friolera" de cuatro likes. Sí, sí, sólo cuatro likes. Hoy las fotos del reportero mexicano con las imágenes de la celebración croata sobrepasan, en la red del pájaro, los 21.000 "me gusta", y ya se han compartido más de 9.000 veces. La vida puede depararte en cuestión de días un giro inesperado. Que se lo cuenten a Yuri Cortez, que para nada presagiaba lo sucedido. Me lo imagino a media tarde, limpiando sus objetivos para llenar su tarjeta con fotos, quizá, de otro partido más. ¿Creéis vosotros que esto es casual? Yo no lo creo, aunque siga sin saberlo a ciencia cierta. Para que las cosas sucedan hay que estar, de esto no tengo duda. Y que, como a Yuri, en el fugaz instante en el que al destino le dé por leer esa página ya escrita, te encuentre ahí, atento, aferrado y dispuesto a no soltar, tu máquina de fotos.



domingo, 17 de junio de 2018

De todo hace casi veinte años


"De todo hace casi veinte años".

(Jaime Gil de Biedma)



Tengo casi cuarenta años y sigo pensando como un niño. Bien pudiera haber escrito "pero", pero escribí "y". Atentos al detalle porque es vitalmente importante. ¿Es eso malo, doctor?, me pregunto a mi mismo, entre dientes, haciendo a la vez de paciente y de pediatra.




-Pues malo es, según se mire -dijo el doctor, un tipo con gafas de pasta, barba y pelo rizado (ya os dije que yo interpreto el papel), mientras daba suaves golpes con la punta del bolígrafo sobre un folio en blanco.
-No entiendo -contesté.
-Pues verás -aclaró con gesto serio y guardando el bolígrafo en el bolsillo frontal de la bata-, si ello te impide hacer cosas de adulto, estás metido hasta las rodillas en un charco de problemas.
-No es el caso -respondí, aunque con ciertas dudas.

Y las tuve, porque si bien es verdad que esto que sucede tan solo en mi cerebro, esta sensación de ser un niño eterno, pasa inadvertida de cabeza para afuera, no estoy seguro a ciencia cierta de que no afecte en mi manera de afrontar la vida. Yo no soy culpable de que todo pase tan rápido y de que los relojes, aun sin pilas, sigan corriendo tan deprisa. No tengo la culpa, pero me pesa. Percibo el tiempo de manera muy distinta a muchas personas. No me creo que hayan pasado más de veinte años cuando reencuentro a un compañero de colegio, no me lo creo. ¡Venga ya! No me cuentes historias, no me hables de trabajo, de niños ni de coches familiares. ¡Bájate a la calle!, ¡bájate a jugar! Pero cuando miro bajo mi brazo ya no hay balón. Y la calle, la calle ahora es puro asfalto y han construido un Mercadona dónde solíamos dejarnos las rodillas emulando a Hristo Stoichkov o a Paolo Futre. Pero si miro frente a mí, si busco en esa persona que tengo delante con aspecto cansado y entradas incipientes, encuentro al niño. No siempre te lo ponen fácil, en ocasiones hay que escarbar muy adentro, pero lo encuentras. Os lo aseguro. Como el cofre de monedas escondido bajo las sábanas estampadas con dibujitos, a escasos centímetros del barco pirata de playmobil. 

El doctor, al notar mi respuesta dubitativa, se acarició la barbilla y quiso saber algo más.

-Veo cierta inseguridad en tus palabras. Dime, ¿en qué ámbitos de tu día a día crees que esta sensación de seguir siendo un niño te limita a hacer cosas de adulto?
-Pues verá, sin ir más lejos, justo al venir hacia aquí, hacia esta consulta imaginaria. He pasado cerca de unos jardines y he aminorado el paso porque olía a hierba mojada.
-¿Y bien?
-Pues que podía haber caminado a paso normal, pero he decidido hacerlo de manera lenta, muy lenta, y oliendo la humedad que desprendía la arena junto a la hierba. 
-Pero eso no es todo...
-No -negué cómplice con la cabeza-, no es todo. He vuelto a ser niño durante algunos minutos. He vuelto a jugar con mis primos y corretear de un lado a otro con mi camiseta de las Olimpiadas del 92 por los jardines de las piscinas, como lo hicimos durante un par de veranos hace ya mucho tiempo, como más de...
- ¿Veinte años?
- Es que no hace veinte años, doctor...
- Lo sé, no quiero quitarte la razón, pero debes hacer como si lo hiciera.

¡Joder, pero es que yo no sé fingir!, pensé. Yo sé que es todo mentira y que aquello sucedió hace apenas unos minutos, aunque me fastidie utilizar como calibre el tiempo. No se puede pasar de niño adulto en tan pocos minutos, quizá segundos. No se puede, pienso mientras ladeo con vehemencia la cabeza de un lado a otro. Nadie puede quitarnos las ganas de preguntar en voz alta, ni de investigar los cajones en busca de tesoros, ni de soñar en ser algo de mayor, aunque ello implique no serlo nunca. Ni de romper las manecillas de nuestros relojes, ni de volver a usar tiritas en las rodillas, ni de hacer que lo que fue hace mucho no sea hace tanto. Ni de que cuando alguien nos pregunte por algo que acaba de pasar, creyendo que ya es pasado, aun con la sonrisa en los labios digamos (y aquí no podéis fallarme) que sucedió hace casi veinte años.

miércoles, 30 de mayo de 2018

"¡Señorita, un respeto!"

A raíz de la polémica generada por una supuesta humillación del cantante Pau Donés hacia una fan, cuando ésta le pedía un selfie, llevo todo el santo día con ganas de escribir este artículo de opinión. De una opinión personal y sentida.

Os detallaré la secuencia paso por paso y podréis haceros una mejor idea a través de las fotos y este vídeo que os adjunto.




Pau Donés cantaba, en un concierto de porte íntimo en Los Cabos (México), una canción muy emotiva para él, pues la escribió en uno de los momentos más duros de su vida. Justo en ese instante se acerca una muchacha que va directa a la parte baja del escenario, sola, y levanta la mano como diciendo "¡oye, Pau, mírame que nos vamos a echar un selfie" (me la sopla lo que estés haciendo y para cuanta gente estés cantando, es más, me la sopla si interrumpo o rompo la magia del momento). Luego el cantante, que reflexiona unos segundos ha parado el concierto con estas palabras, de una manera entrecortada:

"¡Señorita, un respeto! ¿No? Estamos cantando. No le sepa mal pero... váyase, no nos haga más fotos, gracias. Tiene ya bastantes, ¿no? Estamos cantando para la gente, no para ustedes. Y ya está. ¿No? Entiendo que se quiera hacer fotos con nosotros, pero que esto es un concierto. No le sabe mal, ¿no? Muchas gracias".

Pues parece que sí le ha sabido mal a la muchacha. A ella y a mucha otra gente que ha tachado al vocalista de Jarabe de Palo de prepotente por su comportamiento con la fan. 

Y aquí viene mi opinión personal. La opinión personal de alguien que ama el arte y respeta a los artistas por encima de todo. He visto al gran Josep Maria Pou, salirse de su personaje Sócrates para dar un toque de atención al público que dejaba sonar sus móviles en mitad de la función. He visto a una señora tardar medio minuto eterno (en una sala Villarroel llena) para coger su teléfono del bolso que no dejaba de sonar a toda castaña y salir de la sala al grito de "¡estoy en el teatro, espera que no puedo hablar". Me pone de mala leche que el del asiento de mi lado encienda el móvil, mire la hora o el whatsapp y que me deslumbre con la lucecita. Son dos horas, dos horas sin hacer el cafre con el móvil. No creo que sea pedir tanto. Amo el arte, ya os lo he dicho. Quizá sea un bicho raro, pero hay cosas que no veo que sean normales. Sobrepasan la barrera del respeto.

Es por esto que al ver las críticas hacia Pau Donés, he querido ver el vídeo. Y aunque se pueda sembrar la duda de lo que se permite o no en un concierto de este tipo, creo que una actitud como esta no procede. ¿Os imagináis la misma escena mientras Pavarotti entona el Nessum Dorma, cantando en Turandot? ¿O que justo en el momento en que Picasso pintaba el hocico del caballo del Guernica alguien de manera efusiva le exigiera un selfie? ¿Os imagináis el brochazo? Yo tampoco. Y si alguno de vosotros veis esto normal, hacéroslo mirar, todavía estáis a tiempo.

sábado, 19 de mayo de 2018

Quiero ser feliz como Torres

"Cuando uno tiene un sueño de pequeño,
es sólo uno, y éste era el mío".

(Fernando Torres)



Tranquilos, para los no futboleros (que sé que sois muchos), esta entrada no va de fútbol. Bueno, un poco sí, pero no es el tema principal que pienso tratar en las próximas líneas. Aquí no habrá penaltis, ni fueras de juego y ni mucho menos tarjetas amarillas. Este breve artículo va de momentos, de objetivos cumplidos, de sonrisas que te dan la vida y de felicidad, sea cual sea tu manera de conseguirla. Quízá con mayúsculas se lea mejor. DE FELICIDAD. Sí mucho mejor, ahora.

Hace ya algunos años leí una entrevista en la contra de La Vanguardia, donde Luis Cuenca (mítico y entrañable actor secundario español, ya fallecido) como condición a la vida le pedía, llegar al final de ella y darse cuenta de que había sido feliz. Aquella frase, aquella bonita reflexión la pillé al vuelo y la hice mía. Pienso mucho en ese momento y hago todo lo que está en mi mano a diario para conseguir esa felicidad. Doy por hecho que nunca tendré suficiente, pero quiero aspirar al máximo y para ello no dejo de caminar hacia adelante, con las trabas que mi condición de ser humano del montón me va poniendo por delante. Pero ando en ello y, aunque con algún que otro tropiezo, no es poca cosa.


Este pasado miércoles, al ver la cara de satisfacción de Fernando Torres cogiendo el trofeo de la Europa League, recompensa de un final perfecto con su equipo (y el mío, ya debéis saberlo), el Atlético de Madrid, volví a pensar en ello. La felicidad máxima debe ser algo así, pensé. "El Niño" Torres, caminaba sobre la hierba con la copa entre sus manos, con una sonrisa de oreja a oreja, ese tipo de sonrisas que hacen de delgada línea entre reír o llorar. Carcajadas o lágrimas de emoción, eso es lo de menos. De saber que lo has conseguido y que por mucho que pase, ya nadie te lo va a quitar. Tras una trayectoria en la que ha ganado todo lo que podía ganar, ha sabido armarse de paciencia y aceptar con una actitud ejemplar una suplencia que le ha llevado a conseguir su mayor éxito deportivo. Una despedida soñada. Un momento de felicidad plena.

Yo nunca marcaré el gol que me dé una Europa League, aun siendo un soñador esto lo tengo claro. Pero todos tenemos metas y objetivos que queremos ver cumplidos, igual o más importantes. El mío ya podéis imaginarlo. Quiero ser feliz, y quiero serlo como Torres. Y levantar mi copa, sabiendo que la vida me ha devuelto lo trabajado. Lo que a deshoras y con esfuerzo me va dando motivos para seguir adelante en esto de crear historias, hasta que el sueño me vence ante el teclado. Aunque el marcador sea un sencillo correo comunicando que he ganado el partido. Aunque mi vuelta al estadio derive en hacer el arquero en pijama sobre la alfombra de mi estudio. Aunque los libros en los estantes de mis paredes sirvan de graderío y sus páginas tengan que vitorear mi nombre. Quiero serlo, quiero ser feliz. Yo mismo imaginaré el modo.

domingo, 22 de abril de 2018

Golpe de martillo

"Perdí la dignidad y el sentido del honor y no lo siento.
Dirán que deserté y que no tuve el valor... quizá sea cierto.
Cómo podría explicar sin ver salir el sol, qué denso sale.
Qué destrozares, qué destrozares, qué destrozares..."

(Robe Iniesta, Destrozares)


Algo me decía que Rubén era un tío valiente, un tío grande. Pero hasta el momento era pura intuición, y tenía que conocerlo en persona para descubrir que no eran solo suspicacias mías. Me recibió en un escenario del Aquitània Teatre, enfundado en un mono de carpintero, junto a una caja de herramientas y despistando mi atención manipulando un serrucho. En poco menos de cinco minutos, sin alardes ni filigranas, ya me tenía metido en su bolsillo, mezclado entre los tacos del cinco y los tornillos de rosca chapa.


He ido infinidad de veces al teatro, es algo que me apasiona y, creedme, éste "El niño de la tele" de Pentateatre y Flyhard Produccions es el espectáculo con más verdad que he podido ver en mi vida. Porque en hora y media recoge todas las emociones que pueda sentir el ser humano. Ríes a carcajadas, te entristeces, piensas "qué animal, pero cuanta razón" y acto seguido piensas "pobrecito, que penita", escuchas, reflexionas, te pones en su piel, lo conoces, le coges cariño, te lo llevarías a casa, y te acomodas en la butaca para volver a vestirte con tu propia piel. Todo esto en un toma y daca de sensaciones, confesiones, autenticidad y sinceridad absoluta, difíciles de presenciar sobre un escenario.

"El niño de la tele", que como subtitula el programa de la obra "iba a comerse el mundo, y se comió una mierda" sabe reírse de sí mismo y hacer de su infelicidad, de su frustración, de sus trabas para continuar con aquel sueño que tuvo a tocar de pequeño, otra montaña a escalar en el camino. Rubén Ramírez fue un niño muy popular en la televisión de los noventa, un niño imitador, el primer niño imitador (mirad más abajo el trailer de la obra y lo reconoceréis). Se codeó en los platós con las grandes estrellas televisivas del momento: Chiquito de la Calzada, Bertín Osborne, Luis del Olmo, Nieves Herrero o Carmen Sevilla. Rubén, de la mano de su padre (carpintero y mánager), estuvo en lo más alto hasta que le dejaron. Llegó un momento en el que para alguien había dejado de hacer gracia y como él mismo nos cuenta sobre la tarima "el mundo del espectáculo no tiene piedad con un niño de 12 años". 

Rubén es valiente y es grande (aunque mida 1,70), pude comprobarlo. Un imitador tremendo, que me hizo llorar, de emoción por lo que fue y de risa por lo que es y será siempre. Porque "el niño de la tele" ha crecido, y pasa ya de los treinta, pero mantiene ese don innato que es el de hacer reír a los que se dejan. Dejaos tocar por sus personajes, haceos ese favor. En cuanto os toquen Pedrerol, Nadal, Los Borbones, Messi, Ronaldo, Punset... y compañía, desearéis que se haga justicia. Porque esta obra no es más que un principio, un manotazo sobre la mesa, un fuerte golpe de martillo para decir que sigue aquí y viene a alegrarnos la vida. Yo estoy seguro que se hará justicia, y que la tostada volverá a caer boca arriba. Vaya si lo hará. 





lunes, 9 de abril de 2018

La vida es solo una...


"La vida es solo una...". Así empieza la frase que reza una de las paredes de fondo del pabellón donde entrenan y juegan 'Los Amigos', un equipo de baloncesto de lo más variopinto formado por diez jugadores con discapacidad intelectual. No pienso hacer una crítica de esta película "Campeones". En primer lugar porque no soy crítico de cine y no quiero meterme en berenjenales de manera innecesaria. Y en segundo lugar porque me gusta todo lo que toca la varita campechano-surrealista de Javier Fesser y sería incapaz de hacer la más mínima valoración negativa de su obra. Es por ello que os hablaré de algo más sencillo, de pequeños detalles que he ido viendo mientras los protagonistas intentaban hacer la de Michael Jordan (de una manera más entrañable, todo sea dicho, aunque con algo menos de puntería).

Después de leer la frase, me ha picado la curiosidad y me he dedicado a buscar más mensajes embotellados en aquellas paredes de polideportivo desconchadas. A flote, han aparecido ante mí seis ideas muy directas, pintadas en blanco y con brocha gorda, en los muros laterales de la cancha de baloncesto: Alegría, Sonrisa, Ilusión, Lucha, Esfuerzo y Amistad. Seis palabras muy potentes que si las juntas forman una clara idea de lo que te vas a llevar al acabar de ver esta cinta y que aparecen de forma implícita en esta conversación entre Marco (Javier Gutiérrez) y Julio (Juan Margallo): 

-¿Cómo quieres que les enseñe a meter una canasta si no saben ni correr?
-Pues empieza por ahí...

Una película de humor que toca un tema, el de la discapacidad intelectual, que a base de trabajo cada vez está más normalizado e integrado. Falta mucho camino por recorrer todavía (sobre todo por parte de los que nos gobiernan), para interiorizar y entender que todos tenemos la misma cabida en este mundo, unos con unas aptitudes, otros con otras y todos distintos, pero nadie mejor que nadie. Solo hay que saber buscar en la persona para conocer sus cualidades y centrarnos en lo que sí somos capaces de hacer. Para ello hay que eliminar los prejuicios de nuestras cabezas y dejar de mirar nuestro ombligo. Historias como ésta de Javier Fesser y David Marqués son otro paso más para coger las tijeras y seguir recortando etiquetas.

Para terminar dejadme que os deje un nombre que quiero destacar de entre todo el inolvidable elenco. Podría decir el del propio Javier Gutiérrez, pero lo conocéis ya de sobra. O el de cualquier miembro del Universo Pendelton que forma parte del cinco inicial de este particular Dream Team, e incluso de los que chupan banquillo. Pero tan solo os diré uno: Jesús Vidal, este es el nombre que os regalo. Ved la película, conoced a Marín y sus manías de hipocondríaco, querréis llevároslo a casa. Y si os habéis quedado con ganas de saber cómo sigue la frase que da título a esta entrada, aquí va mi asistencia y espero que la guardéis en vuestra cabeza como ese tiro suspensivo de tres puntos que va flotando camino del aro: "La vida es solo una... vive hoy".


miércoles, 28 de marzo de 2018

Relatos solidarios de altamar (y del deporte)

"¿Habéis jugado ya el partido más importante de vuestra vida?"

No, no es mía la pregunta. Así abre el prólogo de la 14ª edición de Relatos Solidarios, Òscar Camps (fundador y director de Proactiva Open Arms), que como cada año se presenta por estas fechas. En esta ocasión apadrinada por el entrenador del F.C.Barcelona, Ernesto Valverde, que además de escribir también una pequeña introducción, será la imagen para que esta publicación de carácter benéfico pueda destinar el máximo de dinero recaudado por sus ventas a la fundación que dirige Camps.




La presentación ha tenido lugar en la sala de actos de Banc de Sabadell, patrocinador principal de esta iniciativa solidaria que hace ya catorce años empezaron un buen conjunto de periodistas deportivos. En esta ocasión los relatos no se centran exclusivamente en el mundo del fútbol, (aunque sea la temática general) también tiene cabida, y es de agradecer, la gimnasia rítmica, el ajedrez, el baloncesto o el boxeo. Sergi Mas y Xavi Torres, maestros de ceremonias del evento han participado escribiendo algunas páginas del libro. Marcos López, Emilio Pérez de Rozas, Edu Polo o Jordi Évole entre muchos otros también han colaborado en la causa con historias reales o ficticias, siempre relacionadas con el deporte, aunque en ocasiones éste no fuera el tema principal, como en el caso del texto de Évole, que elige como protagonista a la embarcación 'Astral' de la fundación Proactiva Open Arms que bien conoció de primera mano.

De las palabras de Camps destacar el momento en el que rehuye de las etiquetas y habla de los refugiados como "vidas a la deriva". Ha aprovechado la ocasión para informar sobre la situación actual de su fundación: "Nos han disparado, nos han secuestrado y ahora nos dejan sin barco". 700.000 euros es el coste de un barco de las características óptimas para Proactiva Open Arms, que en estos momentos se enfrentan a las condiciones del mar con una pequeña embarcación con unas prestaciones inferiores a las que necesitan. Ante las múltiples preguntas a Valverde sobre posibles lesiones y demás cuestiones futbolísticas, que el entrenador ha esquivado con elegancia, Camps ha dejado esta reflexión: "Si los medios nos dedicaran el 10% del interés que hay por si Piqué se toca la rodilla, la cosa iría mucho mejor". 

Entre los momentos más divertidos de la presentación cabe destacar cuando Valverde ha destapado su propia caricatura, retrato realizado por el caricaturista Joan Vizcarra, que como viene siendo habitual en las últimas citas de Relatos Solidarios, dona un lienzo pintado a mano con la caricatura del padrino de la iniciativa para ser subastado por la organización.

En todo momento Valverde ha hecho lo posible por salir de lo exclusivamente futbolístico con declaraciones de admiración sobre la fundación y remarcando la importancia que tiene colaborar con alguien que se juega a diario su propia vida en altamar por salvar otras vidas. Porque como continúa Camps en las primeras líneas del prólogo después de preguntar si habíamos jugado ya ese partido:

"¿Todavía no? Pues ya lo jugaréis. Todos, por un motivo u otro, tendremos que "jugar una final" y, claro, estaremos ante un partido vital".

Y de esto, Valverde, sí que sabe un rato largo.





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sábado, 17 de marzo de 2018

Y no dormía, claro que no

Mientras Carlos Sadness duerme, nosotros soñamos, he pensado esta misma mañana nada más despertar. Y es que para muchos de los que ayer noche vivimos su concierto en la Sala Razzmatazz de Barcelona, seguramente y por tiempo ilimitado será así.

Sadness tiene ese "nosequé" que desata la admiración de todo aquel que sepa ver y entender el mundo a su manera. Un mundo lleno de letras que saben a fruta, notas que huelen a nubes de azúcar y bailes que suenan a tubos disparando confetis de colores pastel. Un mundo que hace ya mucho se calzó una chupa de cuero con flecos, soltó su melena al viento y tachó la palabra indiferencia de su diccionario.


Podría deciros tantas cosas de lo que ayer vi en aquella sala llena hasta la bandera y de los sentimientos que fluyeron entre tanta gente... porque los sentimientos fluyen y son imparables cuando deciden pasar sin medida de un cuerpo a otro. Chicas entregadas a sus ritmos tribales y acordes hawayanos de ukelele, chicos danzando cual indios con locura, chicos (quizá vaqueros) que acompañaban a esas chicas, también indias que danzaban también con locura. Manos que agarraban fríos mecheros que dieron luz a la noche con la llama de sus móviles y manos que sostenían calientes cervezas, dispersas y olvidadizas de dar un siguiente trago.

Pero dejadme que me centre en algo que, creo, define al cien por cien lo que para muchos es la música. "¿Cómo te voy a encontrar si tú nunca me das, si tú nunca me das tus coordenadas? Dime...". Sonaba de esta manera, bajo los suaves acordes de guitarra, la canción "Días Impares". Mi mirada se clavó en alguien, tenía unos treinta y pocos años y cerraba los ojos como si durmiera, entre la multitud, a unos pocos metros del escenario. Lo hizo durante más de un minuto de canción con media sonrisa en su boca. Luego los abrió, y continuaba sonriendo. Veréis, a veces nos cruzamos con personas que te regalan pulseras, relojes o alguna apetecible y lujosa cena en un restaurante de moda. Pero a aquel alguien, en algún momento, otro alguien le hizo un regalo mejor, mucho mejor: le habían regalado a Carlos Sadness.

Y no dormía, claro que no, porque soñaba.

lunes, 5 de marzo de 2018

No quiero nada de esto



Hace pocos días nos dejó el profesor y escritor Jorge Wagenberg. En uno de los homenajes que pude escuchar por la radio recuperaban una versión, recitada por él mismo, del "Quiero todo esto" del poeta José Agustín Goytisolo. Me pareció interesante lo mucho que se puede saber de alguien conociendo cuales son las cosas que le gustan o, como en este caso, las que no le gustan.

Os propongo que nos mojemos un poco y despotriquemos de lo que nos venga en gana.

Empiezo yo...

No quiero preocuparme sin motivo.
No quiero escribir sin ser leído.
No quiero olvidar aunque ello duela.
No quiero coches habiendo trenes.
No quiero pagar por aparcar.
No quiero un primer amor, sino un último.
No quiero camisas difíciles de planchar.
No quiero calcetines divertidos.
No quiero gambas, soy alérgico.
No quiero finales abiertos por falta de recursos.
No quiero que la gente se vaya sin despedirse.
No quiero que la gente entre sin saludar.
No quiero personas maleducadas.
No quiero nuevas redes sociales, si van a acabar con las viejas.
No quiero perder la memoria.
No quiero dejar de jugar con mi imaginación.
No quiero ver perder a mi Atleti.
No quiero diálogar con personas que no captan mi ironía.
No quiero levantarme antes de las siete los días laborables.
No quiero levantarme más tarde de las nueve los festivos.
No quiero tatuarme sin tenerlo claro.
No quiero zapatos incómodos.
No quiero que el tiempo corra tan deprisa.
No quiero que la ansiedad me juegue malas pasadas.
No quiero dejar de crear historias que os remuevan por dentro.
No quiero descargar las fotos del móvil.
No quiero trabajar sin música.
No quiero camareros sin modales.
No quiero vino tinto si no está frío.
No quiero cafés templados.
No quiero abrazos destemplados.
No quiero orejas calientes.
No quiero que me juzguen si no van a aportar nada.
No quiero tirar toallas, metafóricamente.
No quiero cambiar las sábanas solo, literalmente.
No quiero ir a dormir sin un vaso de leche.
No quiero soñar cosas tristes.

No quiero nada de esto
(y aquí cito textualmente a Goytisolo)
yo no puedo seguir viviendo así:
es una decisión irrevocable.

miércoles, 28 de febrero de 2018

Cuando los futbolistas mueren

Hace ya algunos años, escuché una reflexión del escritor y cineasta David Trueba que quise guardar para mí y usarla de vez en cuando. Dijo algo parecido a esto: "Te das cuenta de que te estás haciendo mayor cuando tus ídolos futbolísticos son más jóvenes que tú". Poca broma. Rozo ya los cuarenta y Saúl, Koke, Griezmann y compañía están en la mitad de la veintena.

Pero la cosa se pone más seria cuando aquellos jugadores que fueron referencia en tu infancia, aquellos jugadores de los que hablaba tu padre empiezan a irse. Empiezan a morir. Alfredo Di Stefano, Johann Cruyff, Luis Aragonés,... y ahora, la pasada noche, Enrique Castro "Quini". Con ellos se va siempre algo de nuestras vidas. Los goles (de hace treinta años y en televisores de tubo) cantados por tu padre, cobran entonces otro sentido. Y los cromos, que intercambiaste con tus compañeros de colegio, cogen una nueva tonalidad de color: un color vintage que los hace formar parte de la historia de tu vida.

Siento mucho cada pérdida que relaciono con mi infancia, ya sea en el ámbito del cine, de la música o de cualquier otro arte o profesión que dejara huella en mi memoria. Son siempre duros mensajes de realidad. Pero con el fútbol, ¡ay con el fútbol! Cuando los futbolistas mueren, muere con ellos un poquito de mí y de mis sueños; un poquito de mi padre y de sus consejos; y un poquito de toda aquella emoción que todavía da toques al balón, dentro de mí, para salir a jugar el primer partido.


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