sábado, 17 de marzo de 2018

Y no dormía, claro que no

Mientras Carlos Sadness duerme, nosotros soñamos, he pensado esta misma mañana nada más despertar. Y es que para muchos de los que ayer noche vivimos su concierto en la Sala Razzmatazz de Barcelona, seguramente y por tiempo ilimitado será así.

Sadness tiene ese "nosequé" que desata la admiración de todo aquel que sepa ver y entender el mundo a su manera. Un mundo lleno de letras que saben a fruta, notas que huelen a nubes de azúcar y bailes que suenan a tubos disparando confetis de colores pastel. Un mundo que hace ya mucho se calzó una chupa de cuero con flecos, soltó su melena al viento y tachó la palabra indiferencia de su diccionario.


Podría deciros tantas cosas de lo que ayer vi en aquella sala llena hasta la bandera y de los sentimientos que fluyeron entre tanta gente... porque los sentimientos fluyen y son imparables cuando deciden pasar sin medida de un cuerpo a otro. Chicas entregadas a sus ritmos tribales y acordes hawayanos de ukelele, chicos danzando cual indios con locura, chicos (quizá vaqueros) que acompañaban a esas chicas, también indias que danzaban también con locura. Manos que agarraban fríos mecheros que dieron luz a la noche con la llama de sus móviles y manos que sostenían calientes cervezas, dispersas y olvidadizas de dar un siguiente trago.

Pero dejadme que me centre en algo que, creo, define al cien por cien lo que para muchos es la música. "¿Cómo te voy a encontrar si tú nunca me das, si tú nunca me das tus coordenadas? Dime...". Sonaba de esta manera, bajo los suaves acordes de guitarra, la canción "Días Impares". Mi mirada se clavó en alguien, tenía unos treinta y pocos años y cerraba los ojos como si durmiera, entre la multitud, a unos pocos metros del escenario. Lo hizo durante más de un minuto de canción con media sonrisa en su boca. Luego los abrió, y continuaba sonriendo. Veréis, a veces nos cruzamos con personas que te regalan pulseras, relojes o alguna apetecible y lujosa cena en un restaurante de moda. Pero a aquel alguien, en algún momento, otro alguien le hizo un regalo mejor, mucho mejor: le habían regalado a Carlos Sadness.

Y no dormía, claro que no, porque soñaba.

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